Los romanos usaban la lavanda en sus baños por sus cualidades sanadoras y antisépticas, además en la ropa de cama y para repeler insectos. Los egipcios usaban la lavanda como ingrediente en incienso y perfumes. La reina Isabel I usaba la lavanda como té para aliviar sus frecuentes migrañas. Después de una explosión en un laboratorio que quemó gravemente su brazo, un científico francés llamado René Gattefosse fue el primer científico moderno en documentar la capacidad de la lavanda para promover la regeneración de los tejidos. En la actualidad, utilizamos la lavanda para atender heridas, inducir el sueño, aliviar la depresión y reducir el estrés. El aceite de lavanda es uno de los aceites naturales más seguros y se puede usar con su potencia completa directamente en la piel. Las flores secas perfuman la ropa y ahuyentan a las polillas, por lo que se pueden colocar pequeñas bolsitas con flores en armarios, cajones o dentro de los bolsillos de la ropa.